Entrevista realizada por Rita Guibert en París, enero de 1968. "7 voces. Los más grandes escritores latinoamericanos se confiesan con Rita Guilbert"
"Nací en Bruselas en agosto de 1914. Signo astrológico, Virgo; por consiguiente, asténico, tendencias intelectuales, mi planeta es Mercurio y mi color el gris (aunque en realidad me gusta el verde)", escribe Julio Cortázar sobre Cortázar en una carta enviada desde París en 19631. "Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia; a mi padre lo incorporaron a una misión comercial cerca de la legación argentina en Bélgica, y como acababa de casarse se llevo a mi madre a Bruselas. Me tocó, nacer en los días de la ocupación de Bruselas por los alemanes, a comienzos de la primera guerra mundial. Tenía casi cuatro años cuando mi familia pudo volver a la Argentina; hablaba sobre todo francés, y de el me quedo la manera de pronunciar la «r», que nunca pude quitarme. Crecí en Banfield, pueblo suburbano de Buenos Aires, en una casa con un gran jardín lleno de gatos, perros, tortugas y cotorras: el paraíso. Pero en ese paraíso yo era Adán, en el sentido de que no guardo un recuerdo feliz de mi infancia; demasiadas servidumbres, una sensibilidad excesiva, una tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados. (Los venenos es muy autobiográfico.) Estudios secundarios en Buenos Aires: maestro normal en 1932. Profesor normal en letras en 1935. Primeros empleos, cátedras en pueblos y ciudades de campo, paso por Mendoza en 1944-1945 después de siete años de enseñar en escuelas secundarias. Renuncia a través del fracaso del movimiento antiperonista en el que anduve metido, vuelta a Buenos Aires. Ya llevaba diez años escribiendo, pero no publicaba nada o casi nada (el tomito de sonetos, quizá un cuento). De 1946 a 1951, vida porteña, solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético. Traductor público nacional. Gran oficio para una vida como la mía en ese entonces, egoístamente solitaria e independiente."
La labor de Cortázar como traductor (sigue, practicando el oficio) es bien heterogénea. Ha vertido al español, tanto obras literarias y filosóficas de autores como Edgar A. Poe (dos volúmenes), André Gide, Alfred-Stern, lord Hughton, Jean Giono y G.K. Chesterton, como documentos oficiales de distintas dependencias de la UNESCO, donde trabaja desde hace varios años. Es, además, un narrador, novelista, ensayista y poeta cuyas "fantasías trascienden barreras nacionales y continentales".
Cortázar ha logrado también trascender, con Los premios, Rayuela, y 62-Modelo para armar, las barreras del género novelístico. "Mucho de lo que he escrito -dice en un ensayo autocrítico en La vuelta al día en ochenta mundos- se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia... Se reprocha a mis novelas, ese juego al borde del balcón, ese fósforo al lado de la botella de nafta, ese revólver cargado en la mesa de luz, una búsqueda intelectual de la novela misma, que sería un continuo comentario de la acción y muchas veces la acción de un comentario."
Los que no le reprochan esa búsqueda lo aclaman como una figura literaria mayor. Según el novelista norteamericano C.D.B. Bryan, en una reseña publicada en el New York Times (junio 15, 1969): "Rayuela es la novela más magnifica que he leído y a la que siempre vuelvo. No hay novela de autor vivo que me haya influido más, intrigado más, cautivado más... No hay novela que haya explorado tan satisfactoria, completa y bellamente la compulsión del hombre a explicar la vida, buscar su sentido, desafiar sus misterios." Y unos años después, en el número de Review 72 dedicado a Cortázar, Bryan dice de 62-Modelo para armar: "Ya no podría decirles de que se trata... Lo sabía al momento de terminarlo; y más tarde aún pensaba que sabía. Pero ahora, volviendo al libro para releer algunos pasajes, descubro que esos «ciertos pasajes» nunca existieron, o que existen de manera muy distinta de lo que pense..., y que todo tuvo lugar antes, no después del crimen, que pudo o no haberse cometido. Por inquietante que parezca ser esta experiencia de lectura, fue completamente satisfactoria e iluminadora, exactamente lo que intentó Julio Cortázar."
Pero Cortázar no solo es una figura literaria mayor, es, además, como dijo Tom Bishop al publicarse la edición norteamericana de Historias de cronopios y famas, "uno de los de esa casta selecta que está desapareciendo, un humorista intelectual".
En estos cuentos cortos, escritos en prosa poética "más para ser sentida que entendida", Cortázar -para quien "el humor es una de las cosas más serias en existencia"- agrupa a los seres humanos en tres categorías: 1) cronopios (seres artísticos, temperamentales, "desordenados y tibios", "que se ne fregan"); 2) famas ("en las sociedades filantrópicas las autoridades son todas famas", "pesimistas por naturaleza"); 3) esperanzas ("se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a ver porque ellas no se molestan"). Cortázar adquiere la noción de esos personajes que llamará cronopios durante un concierto de Louis Armstrong en París en 1952. Escribe entonces una reseña para Buenos Aires literaria que 15 años después es reeditada en La vuelta al día en ochenta mundos: "Un mundo que hubiera empezado por Picasso en vez de acabar por él, sería un mundo exclusivamente para cronopios, y en todas las esquinas los cronopios bailarían tregua y bailarían catala, y subido al farol del alumbrado Louis soplaría durante horas haciendo caer del cielo grandísimos pedazos de estrellas de almibar y frambuesa, para que comieran los niños y los perros.
"Son cosas que uno piensa cuando está embutido en una platea del teatro des Champs Elysees..., y los famas llegados al concierto por error o porque había que ir o porque cuesta caro, se miran entre ellos con un aire estudiadamente amable, pero naturalmente no han entendido nada..."
Si los cronopios representan a los seres artísticos, temperamentales "que se ne fregan", entonces Julio Cortázar es uno de ellos. Esta entrevista, por lo tanto, se ha hecho de acuerdo a sus estrictos deseos. Conocí a Cortázar en París en 1968 después de haberle telefoneado pidiéndole una entrevista para Life en Español, y haberle enviado mi cuestionario escrito; primera condición que impuso durante esa conversación. Por carta (6 de septiembre, 1968) contestó: "...muchas de las preguntas son interesantes y me darían pie para hablar de cuestiones que me interesan..., queda en pie algo esencial, que si no tiene solución me impide otorgarle la entrevista. No me hago ninguna ilusión acerca del sistema dentro del cual Life y Time son pequeños (no tan pequeños) planetas. Sé que actúo en condición de adversario reconocido frente a ese sistema y esos órganos de publicidad del imperialismo; y usted lo sabe tan bien como yo.
"Si como usted dice, Life quiere abrirse al diálogo, enhorabuena. Pero yo necesito una garantía formal, digamos incluso legal, de que razones «tipográficas», y otras argucias de última hora no van a mutilar o alterar mi texto... Yo entregaré un original de mis respuestas junto con una copia, y en esta copia, un responsable directo de Life hará constar que el original contiene el mismo texto hasta la última coma. Esta copia así certificada quedará en mis manos; si Life modifica luego la entrevista, yo podré iniciar una acción o protestar, pruebas en mano, en otras publicaciones de cualquier país.
"Todo eso suena mal, lo sé. Pero es que todo suena mal en el mundo de hoy. Hay muchas maneras de matar a los Che Guevara, y aunque estoy lejos de compararme a él, yo hago también mi guerrilla desde hace mucho contra el imperialismo yanqui."
Por supuesto, en Nueva York, la reacción inicial de los ejecutivos de Life a sus demandas, que transmití cablegráficamente, no fue muy halagadora. De cualquier forma, nos encontramos en una de esas raras mañanas soleadas de la Ciudad-Luz en el cafe Deux Magots. Cortázar, usando una campera gris sobre camisa de cuello abierto, me esperaba fumando Gauloises y tomando jugo de tomate. A los 53 años, muy alto, delgado, de grandes ojos verdes, cejas espesas, pelo marrón más bien largo, aparentaba ser un hombre mucho más joven. Durante nuestra conversación, cordial pero impersonal y formal (se mantuvo siempre el usted), habló de su corto viaje a Nueva York, de Cuba, de China, de la reciente visita de la madre..., de la casa en Saignon, lugar al sur de Francia donde se retira para escribir. Finalmente, cuando volví al tema de la entrevista logré que aceptara hacerla, siempre que los editores le enviasen las galeras finales para su aprobación. Como en esa época, en las oficinas del piso 33 del Time & Life Building, ocupadas por la hoy extinta Life en español, los cronopios excedían en número a las famas, el manuscrito, que Cortázar envió en la fecha prometida, fue publicado tal cual.
Por el carácter polémico de sus declaraciones la redacción recibió más cartas de lo usual, hecho insólito de por sí ya que el escribir cartas no es rasgo de la idiosincrasia latinoamericana. Algunas elogiaban a la redacción por su actitud democrática, otras al autor por dudar de esa democracia, y muchas, basándose en presunciones falsas, acusaban a Cortázar de haber recibido dinero de Life.
En 1971, Cortázar -defensor de la Revolución Cubana desde su principio- fue "excomulgado" cuando él y un grupo internacional de intelectuales enviaron una carta a Fidel Castro protestando por el encarcelamiento y "confesión" firmada de Heberto Padilla. Le escribí entonces preguntando si quería poner su entrevista al día, pero rehuso diciendo que, en términos generales, aún reflejaba su forma de pensar. Y, como termina diciendo Cortázar en su ensayo autocrítico: "Me sumo a los pocos críticos que han querido ver en Rayuela la denuncia imperfecta y desesperada del establishment de las letras, a la vez espejo y pantalla del otro establishment que está haciendo de Adán, cibernética y minuciosamente, lo que delata su nombre apenas se lo lee al revés: nada".
La labor de Cortázar como traductor (sigue, practicando el oficio) es bien heterogénea. Ha vertido al español, tanto obras literarias y filosóficas de autores como Edgar A. Poe (dos volúmenes), André Gide, Alfred-Stern, lord Hughton, Jean Giono y G.K. Chesterton, como documentos oficiales de distintas dependencias de la UNESCO, donde trabaja desde hace varios años. Es, además, un narrador, novelista, ensayista y poeta cuyas "fantasías trascienden barreras nacionales y continentales".
Cortázar ha logrado también trascender, con Los premios, Rayuela, y 62-Modelo para armar, las barreras del género novelístico. "Mucho de lo que he escrito -dice en un ensayo autocrítico en La vuelta al día en ochenta mundos- se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia... Se reprocha a mis novelas, ese juego al borde del balcón, ese fósforo al lado de la botella de nafta, ese revólver cargado en la mesa de luz, una búsqueda intelectual de la novela misma, que sería un continuo comentario de la acción y muchas veces la acción de un comentario."
Los que no le reprochan esa búsqueda lo aclaman como una figura literaria mayor. Según el novelista norteamericano C.D.B. Bryan, en una reseña publicada en el New York Times (junio 15, 1969): "Rayuela es la novela más magnifica que he leído y a la que siempre vuelvo. No hay novela de autor vivo que me haya influido más, intrigado más, cautivado más... No hay novela que haya explorado tan satisfactoria, completa y bellamente la compulsión del hombre a explicar la vida, buscar su sentido, desafiar sus misterios." Y unos años después, en el número de Review 72 dedicado a Cortázar, Bryan dice de 62-Modelo para armar: "Ya no podría decirles de que se trata... Lo sabía al momento de terminarlo; y más tarde aún pensaba que sabía. Pero ahora, volviendo al libro para releer algunos pasajes, descubro que esos «ciertos pasajes» nunca existieron, o que existen de manera muy distinta de lo que pense..., y que todo tuvo lugar antes, no después del crimen, que pudo o no haberse cometido. Por inquietante que parezca ser esta experiencia de lectura, fue completamente satisfactoria e iluminadora, exactamente lo que intentó Julio Cortázar."
Pero Cortázar no solo es una figura literaria mayor, es, además, como dijo Tom Bishop al publicarse la edición norteamericana de Historias de cronopios y famas, "uno de los de esa casta selecta que está desapareciendo, un humorista intelectual".
En estos cuentos cortos, escritos en prosa poética "más para ser sentida que entendida", Cortázar -para quien "el humor es una de las cosas más serias en existencia"- agrupa a los seres humanos en tres categorías: 1) cronopios (seres artísticos, temperamentales, "desordenados y tibios", "que se ne fregan"); 2) famas ("en las sociedades filantrópicas las autoridades son todas famas", "pesimistas por naturaleza"); 3) esperanzas ("se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a ver porque ellas no se molestan"). Cortázar adquiere la noción de esos personajes que llamará cronopios durante un concierto de Louis Armstrong en París en 1952. Escribe entonces una reseña para Buenos Aires literaria que 15 años después es reeditada en La vuelta al día en ochenta mundos: "Un mundo que hubiera empezado por Picasso en vez de acabar por él, sería un mundo exclusivamente para cronopios, y en todas las esquinas los cronopios bailarían tregua y bailarían catala, y subido al farol del alumbrado Louis soplaría durante horas haciendo caer del cielo grandísimos pedazos de estrellas de almibar y frambuesa, para que comieran los niños y los perros.
"Son cosas que uno piensa cuando está embutido en una platea del teatro des Champs Elysees..., y los famas llegados al concierto por error o porque había que ir o porque cuesta caro, se miran entre ellos con un aire estudiadamente amable, pero naturalmente no han entendido nada..."
Si los cronopios representan a los seres artísticos, temperamentales "que se ne fregan", entonces Julio Cortázar es uno de ellos. Esta entrevista, por lo tanto, se ha hecho de acuerdo a sus estrictos deseos. Conocí a Cortázar en París en 1968 después de haberle telefoneado pidiéndole una entrevista para Life en Español, y haberle enviado mi cuestionario escrito; primera condición que impuso durante esa conversación. Por carta (6 de septiembre, 1968) contestó: "...muchas de las preguntas son interesantes y me darían pie para hablar de cuestiones que me interesan..., queda en pie algo esencial, que si no tiene solución me impide otorgarle la entrevista. No me hago ninguna ilusión acerca del sistema dentro del cual Life y Time son pequeños (no tan pequeños) planetas. Sé que actúo en condición de adversario reconocido frente a ese sistema y esos órganos de publicidad del imperialismo; y usted lo sabe tan bien como yo.
"Si como usted dice, Life quiere abrirse al diálogo, enhorabuena. Pero yo necesito una garantía formal, digamos incluso legal, de que razones «tipográficas», y otras argucias de última hora no van a mutilar o alterar mi texto... Yo entregaré un original de mis respuestas junto con una copia, y en esta copia, un responsable directo de Life hará constar que el original contiene el mismo texto hasta la última coma. Esta copia así certificada quedará en mis manos; si Life modifica luego la entrevista, yo podré iniciar una acción o protestar, pruebas en mano, en otras publicaciones de cualquier país.
"Todo eso suena mal, lo sé. Pero es que todo suena mal en el mundo de hoy. Hay muchas maneras de matar a los Che Guevara, y aunque estoy lejos de compararme a él, yo hago también mi guerrilla desde hace mucho contra el imperialismo yanqui."
Por supuesto, en Nueva York, la reacción inicial de los ejecutivos de Life a sus demandas, que transmití cablegráficamente, no fue muy halagadora. De cualquier forma, nos encontramos en una de esas raras mañanas soleadas de la Ciudad-Luz en el cafe Deux Magots. Cortázar, usando una campera gris sobre camisa de cuello abierto, me esperaba fumando Gauloises y tomando jugo de tomate. A los 53 años, muy alto, delgado, de grandes ojos verdes, cejas espesas, pelo marrón más bien largo, aparentaba ser un hombre mucho más joven. Durante nuestra conversación, cordial pero impersonal y formal (se mantuvo siempre el usted), habló de su corto viaje a Nueva York, de Cuba, de China, de la reciente visita de la madre..., de la casa en Saignon, lugar al sur de Francia donde se retira para escribir. Finalmente, cuando volví al tema de la entrevista logré que aceptara hacerla, siempre que los editores le enviasen las galeras finales para su aprobación. Como en esa época, en las oficinas del piso 33 del Time & Life Building, ocupadas por la hoy extinta Life en español, los cronopios excedían en número a las famas, el manuscrito, que Cortázar envió en la fecha prometida, fue publicado tal cual.
Por el carácter polémico de sus declaraciones la redacción recibió más cartas de lo usual, hecho insólito de por sí ya que el escribir cartas no es rasgo de la idiosincrasia latinoamericana. Algunas elogiaban a la redacción por su actitud democrática, otras al autor por dudar de esa democracia, y muchas, basándose en presunciones falsas, acusaban a Cortázar de haber recibido dinero de Life.
En 1971, Cortázar -defensor de la Revolución Cubana desde su principio- fue "excomulgado" cuando él y un grupo internacional de intelectuales enviaron una carta a Fidel Castro protestando por el encarcelamiento y "confesión" firmada de Heberto Padilla. Le escribí entonces preguntando si quería poner su entrevista al día, pero rehuso diciendo que, en términos generales, aún reflejaba su forma de pensar. Y, como termina diciendo Cortázar en su ensayo autocrítico: "Me sumo a los pocos críticos que han querido ver en Rayuela la denuncia imperfecta y desesperada del establishment de las letras, a la vez espejo y pantalla del otro establishment que está haciendo de Adán, cibernética y minuciosamente, lo que delata su nombre apenas se lo lee al revés: nada".
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